¡¡¡13.1 millas!!!! ¡¡¡Todavía NO lo puedo creer!!! ¡¡Lo logramos!! Hicimos el Medio Maratón de Indianápolis, y lo hicimos por los bebés no nacidos.
Se suponía que íbamos a correr una competencia de solo 5 km. Pero por cuestiones de logística y por azares del destino -ya que nos perdimos en la multitud y tardamos mucho en encontrar el inicio de la carrera-, terminamos corriendo todo el Mini Maratón ¡de 21 kilómetros!
Dios les dio a mis niños una mamá súper desubicada, pero también muy aventada. Antes de empezar les dije que ésta iba a ser la experiencia deportiva más intensa de su vida. Todos aceptaron el reto.
Cuando los vi tan cansados, en la primera parte de la carrera, les dije que hicieran el esfuerzo de llegar al kilómetro 5 y que podíamos llamar a papi para que los recogiera de ahí. Todos dijeron ¡NO!
David que fue el que corrió siempre a mi paso (aunque al final aceleró y llegó a la meta mucho antes que yo), me dijo: “acuérdate de Jesús cuando cargó su cruz hasta el Calvario. Él llegó con todo ese dolor, y nosotros también vamos a llegar. Él nos va a ayudar”.
A partir de la milla 9, cada paso era una tortura. ¡Casi morimos del dolor! Ya no sentíamos las piernas, excepto cuando se nos acalambraban. Los pies nos ardían como si tuviéramos carbón prendido adentro de los tenis.
He escuchado que para muchos corredores, la milla 9 es la más difícil de todas, física y mentalmente. Ahí es donde te puedes dar por vencido. Mi Danny ya no pudo más y se lo llevaron en autobús hasta el final del recorrido, con todo el dolor de su corazón. Los demás seguimos.
¿Valió la pena? ¡¡POR SUPUESTO!! La satisfacción de cruzar la línea de la meta, no se compara con nada. Las lágrimas se te salen de la emoción. Ahora multiplica eso por TRES. Saber que terminaste un reto de ese tamaño con tus hijos es ESPECTACULAR. No tiene nombre.
David ya nos estaba esperando ahí con su medalla de campeón y sus piesitos llenos de ampollas. Cuando lo vi y nos abrazamos, casi me pongo a llorar como bebé. Fue un encuentro tan hermoso y emocionante. Quiero pensar que así será cuando lleguemos al cielo y nos encontremos con nuestros bebés que se fueron antes de nacer. Ellos recibiéndonos con su medalla de la santidad, y nosotros llegando después de una intensa carrera.
Lo que sigue ahora, es una lenta recuperación física de varios días. David apenas y puede caminar. Las rodillas me piden a gritos descanso y antiinflamatorios. Giannita dice que nunca había sentido tanto dolor y cansancio en su vida, pero que tampoco se había sentido tan emocionada y orgullosa.
La próxima vez, creo que será mejor si entrenamos y nos preparamos como Dios manda . Esta mamá viejita, ya no está para improvisar estas locuras.
Yo sólo puedo darle gracias a Dios por las aventuras, las alegrías y tantas bendiciones que nos concede, empezando por estos hijos y esta familia que me han llevado a tocar el Cielo tantas veces.
¡Gracias a Dios por tanto y tanto que nos da!