¡Ni loca! Diría mi yo “feminista” de hace 20 y tantos años.
Y es que no conocía la autoridad amorosa y protectora de un esposo enamorado, y sobre todo de un hombre de Dios.
Lo que yo conocía era el espejismo que te vende el mundo. La imagen de mujer “empoderada” e independiente. Conocía mi soberbia y el orgullo de “mis logros” y mi propia fuerza.
¿Yo, servirle a un marido? ¡Ni loca!
Quisiera decirte que soy tan buena cristiana, que encontré la humildad necesaria para entender ese sometimiento, a base de ayuno y penitencia. Pero no fue así.
Mi matrimonio llegó con muchos tesoros. Y el más grande fue el amor redentor de un hombre generoso y paciente, que me liberó de la arrogancia y me contagió de virtudes.
Una dependencia feliz y un apego saludable, fue lo que encontré en esta locura de obedecer a Dios en mi papel de esposa.
¡Qué bendición es estar bajo el cuidado y la guía de un esposo que procura tu bien!
No me canso de decirlo: la autoridad de mi esposo NO es tiránica. Es empática. Es una fuerza AMOROSA y PROTECTORA.
Me encanta admitir que el mejor momento de mi día, es cuando mi esposo llega a la casa y me saluda con un beso y un abrazo.
Él no llega a exigir. Llega a ayudar, a reunir fuerzas conmigo, a apagar fuegos si es que hay alguno, a resolver algún conflicto. ¡Llega a traernos oxígeno nuevo!
Daniel es mi paz y mi alegría. Es mi puerto seguro. Es el capitán de nuestra nave. El que nunca abandona el barco. El que se va muy temprano a ganar el sustento diario.
El que pasa largas horas entre faenas de gran desgaste, para que a nosotros no nos falte nada material.
Pero sobre todo, para que no nos falte este tiempo entre nosotros, que es tan valioso y que ya no vuelve: el tiempo de mamá y de niños chiquitos.
Y yo, con gusto, y por tanto amor que me da y que me inspira ¡yo le sirvo a mi marido!
¡Gracias Señor por el regalo de mi esposo y su autoridad!
«Las mujeres sean sumisas a sus maridos, como al Señor, porque el marido es cabeza de la mujer, como Cristo es Cabeza de la Iglesia, el salvador del Cuerpo. Así como la Iglesia está sumisa a Cristo, así también las mujeres deben estarlo a sus maridos en todo. Maridos, amad a vuestras mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella.» Ef 5, 22-25