Nota: Este artículo de nuestra autoría fue publicado primero en Familias.com
Cuántas veces hemos escuchado o leído artículos sobre las maravillas y los beneficios de lactar a nuestros hijos. Entre otras cosas nos dicen que un bebé que se alimenta exclusivamente de leche materna durante los primeros meses de vida, es mucho más saludable, más feliz y que tiene un coeficiente intelectual más alto que el resto de los seres humanos.
Por otro lado, nos dicen que los beneficios para la madre son igualmente maravillosos, entre otras cosas: nos ayuda a bajar el peso del embarazo, a superar la depresión postparto y a disminuir el riesgo de padecer cáncer de senos y de ovarios.
Si nos dieran a elegir entre obtener todos estos beneficios, o arriesgar la salud de nuestros hijos al proveerles un alimento artificial, nadie optaría por lo segundo. Sin embargo, existen situaciones en la vida, en las que la lactancia materna, simplemente no es una opción.
Comienza la pesadilla
Mi experiencia personal ha sido terrible. Y puedo asegurar que mi fracaso no se debió a mi falta de entusiasmo. Si estaba convencida de algo, era de que iba a lactar a mis hijos durante un año a como diera lugar.
Desde el embarazo asistí a las clases, grupos de apoyo, compré los manuales, estudié las distintas técnicas, acudí a los expertos, y un largo etcétera. En el hospital pedí que me dieran a mi hija inmediatamente para empezar con esa aventura fantástica de alimentarla con lo mejor de lo mejor. Sin embargo, para mi sorpresa, ese sueño maravilloso se convirtió pronto en una pesadilla.
Mis intentos y complicaciones
El dolor inimaginable, la insatisfacción de mi bebé, el cansancio y la depresión entre otras cosas me impidieron llevar a cabo mi propósito. Ya estando en casa, el llanto de mi bebé me atravesaba el corazón y los oídos, no soportaba más el dolor que me causaba su boquita pequeña pero poderosa y su desesperación por aquello por lo que luchaba pero no obtenía. Finalmente, exahusta y con lágrimas en los ojos, accedí a darle un biberón de fórmula esa primera noche. Estaba tan convencida de que la leche materna era lo mejor para ella, que en ese momento sentía que le estaba dando a beber veneno.
Mis siguientes cien intentos, fueron igual de frustrantes. Mi bebé luchaba como campeona por alimentarse, pero no conseguía satisfacer su hambre y las heridas en mi piel y el dolor insoportable, iban en aumento. Fueron días, semanas y meses tormentosos, por decir lo menos.
Con cada uno de mis hijos, consulté con médicos y especialistas de lactancia, parteras, leí todos los artículos que pude, tomé todos los suplementos que me recomendaron, usé todos los inventos del mercado, incluyendo una bomba para extraer el líquido mágico y aún así, no pude alimentarlos exclusivamente con mi leche. ¡Me sentía un fracaso como madre! Con mucho sacrificio los lacté pobremente durante algunos meses, hasta que la bomba de leche no pudo extraer una gota más.
Entre todas las complicaciones, experimentaba un dolor tan intenso y continuo, que me producía terribles jaquecas, por si esto fuera poco sufrí de mastitis, que en pocas palabras es la obstrucción de un ducto de leche que se desarrolla en una infección y se caracteriza por un dolor inexplicable. En una ocasión mi esposo tuvo que llevarme al hospital de emergencia, con una fiebre tan alta que se había vuelto peligrosa.
Otra experiencia devastadora
Mi cuarta bebé fue prematura, existía una necesidad mayor de alimentarla con mi leche, para ella era una cuestión vital. Esta vez tenía una razón mucho más poderosa para no darme por vencida. Habíamos tenido un buen comienzo, primero con la bomba y luego, cuando ella tuvo la suficiente fuerza, entre monitores, tubos y sueros, comenzó a comer de mí. ¡Y de nuevo me dio mastitis! Unos días más tarde, los médicos decidieron darle fórmula porque no estaba subiendo de peso suficientemente rápido, y ahí mismo terminó mi sueño de lactarla. Fue realmente devastador.
¡Claro que lo volvería a intentar!
Finalmente el amor se trata de buscar el bien último para el otro. A pesar de mis experiencias anteriores, mis fracasos y mis miedos, deseo hacer lo que es mejor para mis hijos. La lección principal que aprendí de mi pesadilla con la lactancia, es que no tenemos derecho a juzgar a nadie. Nuestras vivencias, experiencias y fracasos nos ayudan a ser más comprensivos y compasivos con los demás. Debemos agradecer siempre a Dios nuestras derrotas porque definitivamente nos enseñan a ser mejores seres humanos.
No te sientas culpable
Si tú también hiciste todo lo que pudiste para amamantar a tu bebé pero tu sueño también se volvió una pesadilla, no te sientas culpable, toma en cuenta lo siguiente:
- Aunque amamantar a tus hijos sea lo mejor, el hecho de no hacerlo no debe afectar tu percepción de ti misma, ni tu autoestima
- Los adultos que se alimentaron de fórmula son igual de felices y saludables que los que tomaron leche materna
- Aunque el amor hacia un hijo sea infinito, debes pensar en tu bienestar y tu salud porque ello se reflejará en el cuidado que le des a tus hijos
- Las mujeres descansadas, saludables y felices son mejores madres y esposas
- Cuando los bebés toman fórmula, el papá puede participar de la hermosa tarea de alimentarlos
- Si la vida de nuestros hijos dependiera exclusivamente de nuestra capacidad de amamantarlos, la mitad de la población tal vez no existiría
¡Ánimo! Aún si no lactaste a tus hijos, sigues siendo una excelente madre, no dejes que nadie te diga lo contrario.