La cruz de dar la vida. Entre el post-parto y las ideas.

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Creo que he perdido la cuenta de la cantidad de veces que he encendido esta computadora inútilmente, sin poder escribir palabra alguna, mientras intento extraerme la leche para mi recién nacido. Y es que si ha habido una época en mi vida en la que he pasado por dolor y agotamiento extremo, ha sido durante el periodo de postparto.

Regreso a la realidad

  • Cuando se ha terminado la incomparable emoción de dirigirse al hospital a tener a tu hermoso bebé, con el que has soñado por tantos meses…
  • Cuando se han terminado los dos días siguientes al alumbrambiento, en donde te encuentras atendida por médicos y enfermeras que te procuran el mayor bienestar posible…
  • Cuando ya terminó la bendición de estar en el hospital, mientras éste te provee comida, medicamentos fuertes para el dolor y hasta la opción de llevarse a tu bebé al cunero mientras descansas o te das un baño…
  • Cuando ya terminó la alegría de recibir visitas mientras estás internada, y no tienes que preocuparte por que tu hogar esté impecable, y tu único trabajo es sentirte orgullosísima de mostrar a todos a tu pedacito de cielo…

Entonces viene el regreso a la realidad.

Llegar a la casa con un recién nacido, a enfrentar una dolorosa recuperación (ya sea que hayas tenido a tu bebé de forma natural o por cesárea) que implica incomodidad al caminar, al sentarte, al acostarte, y hasta al ir al baño.

Este proceso lento de volver a ser la misma de antes, se torna todavía más gris por el agotamiento que te invade y que a veces no te permite ni pensar; resultado de pasar las útlimas semanas y días antes de dar a luz sin poder dormir, además del extenuante parto y la pérdida de sangre.

La lactancia y las noches eternas

Tu cuerpo y tus emociones son un verdadero desastre, y encima de todo, tienes la tarea de establecer la lactancia materna que –por lo menos en mi caso- es lo más arduo de todo. Porque, aunque no tengas todas las dificultades que he tenido yo, lograr que tu bebé se alimente de tu leche, implica tener los senos adoloridos por varios días o semanas. Cosas tan simples como tomar un baño caliente, ponerte la ropa, o recibir un abrazo, resulta tortuoso. A todo lo anterior debes agregar el hecho de no poder dormir 4 ó 5 horas seguidas, ya que tu pequeñito necesita alimentarse hasta 5 veces en la noche, cuando deberías estar durmiendo como un oso.

Un calvario en medio del paraíso

Cuando tienes otros hijos que te han extrañado mientras estabas en el hospital y que piden a gritos tu atención, entonces tienes un ingrediente más en esta mezcla de amargos elementos que componen el periodo posterior al parto: la culpa por no poder cumplir con tus funciones de mamá.

Si tienes la suerte que tengo yo de contar con el apoyo incondicional de una mamá a prueba de fuego, que se puede encargar de todo lo que harías en condiciones normales; y un esposo que procura llenarte de atenciones y detalles, para distraerte de tus incomodidades, y que además toma unos días del trabajo para dedicarse enteramente a los niños, entonces tu “calvario” irónicamente se encuentra en medio de un paraíso.

¿Una pesadilla? 

La verdad es que toda esta reseña suena como una verdadera pesadilla. ¡La peor que pueda vivir una mujer! Sin embargo, si le preguntaras a cualquier madre si volvería a pasar por ese periodo “tormentoso” por cualquiera de sus hijos, no lo dudaría ni un segundo.

Como mamá de cinco, puedo decirte que no hay en el mundo una felicidad más grande que traer a casa la alegría de una nueva vida. La espera de un pequeñito es una de las mayores dichas que se puedan experimentar. Simplemente no hay emoción más intensa que se pueda vivir, y no solo de los padres, sino también de los hermanitos, los abuelos, los amigos y toda la gente que quiere a tu familia.

Nada en el universo es tan maravilloso como el amor y el apego que se siente por un recién nacido, indefenso, frágil, hermoso y perfecto. El aroma de su cuerpecito diminuto y la suavidad de su cabello, hacen que todo valga la pena. Tocar las manitas con las que has soñado tanto tiempo y escuchar esa vocecita característica de los bebés tan pequeñitos, no tiene comparación.

Aunque las últimas semanas y días del embarazo son muy difíciles y el periodo del postparto es nada menos que aterrador, todo tiene una razón de ser

Claro que si tuviéramos la opción de evitar esta pesada cruz, lo haríamos sin pensarlo.

Muchas veces me he preguntado ¿por qué tiene que ser tan difícil la recuperación después de traer una vida al mundo? Y un día, después de mucho filosofar, llegó la respuesta.

¡No hay cielo sin purgatorio!

Este amor profundo que sentimos por nuestros hijos, especialmente cuando son recién nacidos y la alegría tan grande que nos traen, son una pequeña muestra de lo que será el cielo: la felicidad plena y eterna. Nuestra alma debe pasar por un proceso de purificación para hacerse merecedora de esa plenitud en Dios.

Ese dolor del embarazo, el parto y el postparto, es un purificador maravilloso que nos prepara para el paraíso que llega con la maternidad. Por eso no es casualidad que a nuestros pequeñitos les llamemos “pedacitos de cielo”.

En estos días santos, que no pude acudir a la iglesia (excepto por el domingo de Pascua), por encontrarme en este periodo de lenta recuperación de mi tercera cesárea, y por estar tratando de establecer la lactancia para mi bebé, por lo menos pude acompañar a mi Señor en su dolor, uniendo los míos -que no son nada, comparados a los de Él- a los suyos.

Qué mejor manera que vivir los días santos, que llevando una cruz a cuestas: ¡La cruz de darle vida a otro ser humano! ¡La cruz del amor perfecto! Exactamente como la de Cristo, que se dio entero, y derramó hasta la última gota de su sangre por amor a nosotros, y fue precisamente en esa cruz que nos dio la vida eterna.

Madre Angelica Cruz

 

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