Fueron tres ranas y un bote descompuesto de pañales los que me dieron una lección maravillosa sobre el amor incondicional.
La historia comienza cuando mi hija de siete años decide ahorrar semanas antes de Navidad para comprarse algo muy especial, como lo ha hecho antes. Después de visitar varias tiendas, anotar precios y tomar fotografías, no podía decidirse entre algunos juguetes y películas que había querido desde hacía tiempo.
Finalmente decidió que lo que en realidad quería era una mascota. Como papá y mamá no le permitirían tener un perrito, pensó que una opción igual de espectacular sería una tortuga.
Nunca me imaginé que este sería el comienzo de una aventura horrorosamente apestosa.
Fuimos a dos tiendas donde creímos que encontraríamos la famosa tortuga, pero no tuvimos suerte. Entonces nos sugirieron que fuéramos a la tienda de mascotas más conocida de la ciudad, así que hicimos el viaje de 25 minutos.
Los que tienen animalitos, conocen muy bien el olor que se percibe al entrar a estas tiendas. Mi nariz estaba en agonía.
Para desilusión de mi hija, acababan de vender la última tortuga. Debíamos regresar otro día.
Dos días más tarde, volvimos a la tienda, y todavía no tenían tortugas. Me dolía ver a mi pobre niña tan emocionada y al mismo tiempo tan desilusionada por la escaséz de reptiles con caparazón que tenía esa tienda.
Entonces le pedí amablemente a la señorita que nos atendía, que llamara a otras sucursales para indicarnos en dónde podríamos conseguir la nueva mascota de Michis.
Había un sólo ejemplar en la tienda de Greenwood, debíamos recorrer la ciudad de lado a lado para conseguir su ansiada tortuga.
Como padres amorosos, aunque nada emocionados de tener un animal en casa, sin pensarlo dos veces, emprendimos el nuevo viaje hacia el sueño dorado de Michis.
Nuestra hija había ahorrado 81 dólares con 39 centavos. Todos pensábamos que eso sería más que suficiente para comprar a su nueva amiga y lo necesario para llevarla a casa.
Cuando llegamos a la tienda, corrimos hacia los tanques donde encontraríamos a Sparkles (mi hija ya le había puesto nombre). “Brillitos” costaba alrededor de 40 dólares. Ante los ojos de Michis era el animal más hermoso de la creación. Se moría por sacar la bolsa de plástico donde transportaba todos sus ahorros y completar la transacción. La señorita entonces, nos llevó al pasillo donde encontraríamos el tanque y el alimento para la tortuga.
Dicho tanque con todos los aditamentos para crear un ambiente feliz y confortable para la ansiada mascota, costaba nada más y nada menos que ¡169.00 dólares! Michis comprendió que la tortuga ya no era una opción para ella.
Mi niña sin dar lugar a una nueva desilusión, comenzó a buscar alternativas, y a pedir la opinión de la experta en mascotas que nos estaba asistiendo. En la tienda había hamsters, pajaritos, peces, lagartijas y otras pequeñas opciones un poco más económicas que la primera.
Y entonces, ocurrió: ¡un nuevo flechazo! Michis quedó enamorada de tres ranitas solitarias que se encontraban en un exhibidor de aguas cristalinas. Según nos indicó la señorita, el tanque que se necesitaba, era mucho más pequeño para poderlas llevar a casa.
Entonces escogimos todo lo necesario para darles un nuevo hogar a las ranas, incluyendo un bote de gusanos secos y una bolsa de grillos vivos (sí ¡espantosos!) para alimentarlas y nos dirigimos a la caja para pagar. El total fue de 81 dólares con 52 centavos. Esta orgullosa mamá, pagó con gusto los 13 centavos de diferencia.
Michis era la niña más feliz sobre el planeta y mami sentía dos cosas distintas al mismo tiempo: la inmensa alegría de Michis y una horrible repugnancia por la compra que acabábamos de hacer.
Llegando a casa fuimos al lago a buscar piedras para poner en el tanque, le buscamos un nuevo lugar a los libros de Michis para hacerle espacio a la casita de las ranas y les dimos de comer. Ésta última fue una experiencia inolvidable para mí: ¡ver a tres anfibios comer grillos vivos fue espeluznante!
Ojalá la aventura hubiera terminado ahí. El agua de las ranas estaba terriblemente sucia sólo 2 días después de ponerlas ahí. Nada que ver con las aguas cristalinas de la tienda de mascotas.
Para mi sorpresa mis hijos mayores estaban fascinados con la nueva tarea de limpiar el tanque y alimentar a los tres nuevos miembros de la familia. Dentro de mí sabía que esa emoción duraría unos pocos días y que después sería la responsabilidad de mamá mantener ese tanque limpio y a las ranas bien nutridas.
Ayer volvimos a hacer todo el procedimiento. El agua además de estar oscura tenía un olor espantoso. Para poder vaciar el contenedor y volver a llenarlo con agua limpia, tenemos que hacer uso de la tina de baño. Así que después de poner a las ranitas en el tanque limpio, mami tiene que lavar y desinfectar el baño y la tina minuciosamente (viéndolo por el lado positivo, mi baño está más limpo que nunca con la desinfectada que hay que darle cada tercer día).
Por si esto fuera poco, debido a las peligrosas temperaturas invernales y a las condiciones de las calles por el hielo, los niños han estado en casa estos días sin poder regresar a la escuela después de sus vacaciones de Navidad. Las oficinas de gobierno están cerradas y el servicio de recolección de basura también ha estado ausente.
Cabe mencionar que además de mis dos hijos escolares, tengo también dos pequeñitos casi bebés que están todavía en pañales.
Ayer que me disponía a remplazar la bolsa del bote de basura de pañales (que tiene un mecanismo para mantener el contenido aislado y eliminar el mal olor) me di cuenta de que por una falla técnica, los pañales estaban en el fondo del bote (largo y cilíndrico) sin bolsa. Tuve que armarme de valor y sacar esos pañales que tenían varios días de estar ahí escondidos y olvidados. Pensé que mi sentido del olfato dejaría de funcionar por el abuso que estaba sufriendo, pero sobrevivió perfectamente a la operación.
Pero ¿qué tienen que ver estas anécdotas horrorosas con el amor?
Gracias a ellas comprendí que no hay nada en este mundo que no sería capaz de hacer por mis hijos. Que ni el olor más pestilente me detendría para hacer lo que estuviera en mi poder por hacerlos felices, por cubrir sus necesidades, por procurar su bien.
El romance es hermoso y fascinante, pero eso en sí no es el amor. Muchos se quedan con esa idea, muchos creen que aman profundamente porque experimentan sentimientos intensos, y cuando viene la tormenta y el sentimiento se debilita, entonces creen que el amor se ha ido.
El amor tiene recompensas maravillosas pero no es siempre color de rosa, no siempre tiene música de fondo, o efectos especiales en cámara lenta.
El verdadero amor es sacrificio, es darte completo por aquellos que amas, es soportar cualquier cosa por buscar el bien del otro. Decía la Madre Teresa: “el amor, para que sea auténtico, debe costarnos”.
El amor, a veces apesta, a veces cuesta, a veces duele, y cuando es así, es más genuino todavía.
¡Qué lección más maravillosa sobre el amor nos da la maternidad! Me atrevo a decir que no hay conocimiento del amor más profundo que el que tienen las madres, que con gusto se dan enteras por sus familias.
Como dice nuestro amado Papa Francisco: “las madres, en el amor incondicional y oblativo por sus hijos, son el antídoto contra el individualismo”.
¡Cuánto nos enseñan nuestros niños sobre el amor auténtico, generoso y sin condiciones!