Hoy lunes 20 de octubre del 2014 a las 2:21 de la mañana, a pocas horas de escuchar el despertador para ir a trabajar, intento escribir el que será el primer artículo de mi blog, que tal vez solo será una breve introducción.
¿Pero cómo es que me metí en este lío? ¿En qué momento se me ocurrió que debía echarme encima otro proyecto? No era suficiente con tener un trabajo de tiempo completo, esposo, cuatro hijos, una casa que atender, traducciones y revisiones que completar, fotografías que tomar y editar, charlas que preparar, bebés que salvar, mamás que ayudar, programa de radio…
“¡Ay amor! ¿Cuándo vas a dormir?” Me dice Daniel. Quien no solo se preocupa por mi salud sino también por los resultados de nuestro monitor de fertilidad (son necesarias 4 horas de sueño o más para que el método natural de la temperatura sea efectivo, ya tuvimos una hermosa sorpresa debido a mis escasas horas de sueño).
Quisiera tener muy claro cuándo y cómo es que comenzó esta historia. Sin embargo mi cabeza es una maraña de acontecimientos, anécdotas, ideas y proyectos, que no logro poner en orden. Es precisamente por eso que me pareció una gran idea crear un blog. Creí que sería una manera muy efectiva de ir ordenando este desastre de información dentro y fuera de mi cerebro, y al mismo tiempo, de salir a las periferias de mi existencia, a petición de nuestro amado Papa Francisco, y aprovechando el viaje, hacer un poco de aquello que debemos hacer todos los bautizados: EVANGELIZAR.
Hasta hace pocos años, este término me parecía totalmente ajeno, casi extranjero. Como la mayoría de las personas me parecía que la famosa evangelización había estado a cargo de los misioneros españoles que habían llegado con los conquistadores. En mi ignorancia pensaba que quizá existía ahora en los lugares remotos de la tierra, a cargo de valientes religiosos dispuestos a arriesgar su vida entre caníbales y animales salvajes. ¡Qué equivocada estaba respecto a todo!
La evangelización no se trata de ir a la selva a arriesgar la vida, ni se quedó en la época de la Conquista, ni se lleva a cabo en los lugares pobres o remotos de este mundo. La evangelización es tarea de todos, se debe llevar a cabo en todas partes, en cada momento de nuestra vida, en esos lugares donde nos ha puesto Dios, con esos talentos que nos ha dado, con los medios que nos ha proveído. Hoy más que nunca podemos llevar a cabo esta tarea a gran escala, a través de las redes sociales por ejemplo.
Pero ¿por dónde empezar? El primer paso es buscar en nuestro corazón el llamado que Dios nos ha puesto ahí. ¿Tienes un gran amor por el no nacido? ¿Por los jóvenes? ¿Por defender a la familia y al matrimonio? ¿Por los ancianos? ¿Por los pobres? ¿Por los enfermos? ¿Por enseñar a las personas a administrar sus recursos? ¿Te has preguntado dónde te quiere Dios? Y lo más importante: ¿Le has preguntado a Él dónde te quiere?
Dios por lo general no nos habla al oído, nos habla al corazón. Así que mientras estás en esta importante búsqueda, pídele a Dios la gracia de poder escucharlo.
Cuando Dios cree que estás listo, entonces estas pequeñas inspiraciones se vuelven grandes inquietudes, casi tortuosas. Dios te llama, y te llama con fuerza, pero nunca te obliga, antes que nada te ha dado libertad.
Su llamado implica renuncia y sacrificio pero ante todo, implica una confianza ciega en Él, en sus planes y designios. ¿No tenemos el valor de seguir a Jesús? ¡Entonces hay que pedírselo!
En una homilía escuché que el joven rico a quien Jesús le dijo que vendiera todo y se lo diera a los pobres, no le pudo seguir porque no le pidió a Dios la gracia necesaria para hacer lo que le pedía. El llamado era difícil, tal vez imposible, pero con la gracia de Dios él hubiera podido seguirlo. ¿Cuántos de nosotros somos ese joven rico que se aleja con tristeza en lugar de encontrar la plenitud de nuestra vida en el llamado que nos hace Cristo?
La siguiente es una frase que traspasó mi corazón y que con el tiempo me llevó a tomar decisiones que cambiaron mi vida:
«Tú también has escuchado la voz del Señor; has sentido la fuerza cautivadora del amor de Jesús, de su mirada, de la invitación de su amistad. Y dulcemente, suavemente, sin presiones, te ha dicho que quiere que le sigas para que «estés en compañía con Él y luego enviarte a predicar» (Cristo al centro, n. 2248).
Son casi las tres de la mañana y voy a tratar de dormir un par de horas antes de ir a trabajar. Regreso pronto con estos llamados de Dios que me hicieron comenzar este blog, que con su ayuda y la intercesión de San Maximiliano Kolbe es ahora una realidad.
¡Quiero saltar de alegría!