Perdí a mi bebé más de una vez

La historia de mi aborto espontáneo

“Miscarriage”

Cómo quisiera que existiera una palabra en español para definir un “miscarriage”. Es decir, llevar a un bebé en el vientre, y luego “dejar de llevarlo” o “dejar de cargarlo”. Dicho en otras palabras: la pérdida involuntaria de un pequeño. Cuando hablamos de un aborto, sobre todo en inglés, se entiende que la vida de ese bebé fue eliminada por una decisión. Hay que agregar otra palabra (espontáneo) para aclarar que esta pérdida fue involuntaria, natural, no provocada.

Esta es la historia de nuestra hija más pequeña, nuestra bebé número seis. Un número (de hijos) que en estos tiempos escandaliza. ¡Una familia con seis hijos! ¡Qué locura! ¿En qué estarán pensando estos padres?. Una situación de familia que provoca todo tipo de comentarios, a veces simpáticos y a veces ofensivos, pero muchas veces repetitivos y aburridos, como el famoso: “¿acaso no tienen televisión?”.

Nuestra televisión y nuestra familia grande

Tal vez no sea necesario hacer esta aclaración, pero para tranquilidad de muchos, sí, contamos con una televisión, que casi siempre es para diversión de los chicos. Los grandes la pasamos bastante ocupados como para sentarnos frente a esa pantalla hipnotizante. Y a la pregunta que nos hacen de ¿por qué tener más de dos hijos?, la respuesta corta es: porque nada nos ha hecho más felices que tenerlos.

Desde antes de casarnos, mi ilusión era tener una familia numerosa. Mi esposo pensaba que tendríamos tal vez tres hijos, pero mi plan era convencerlo de tener al menos cuatro, y sabía que lo lograría.

Planes, planes y más planes

Al principio de nuestro matrimonio él era muy cauteloso, planeaba las finanzas con absoluta disciplina, lo que nos ayudó a salir pronto de deudas. Cuando nos casamos yo ya tenía a mi hija Sara de tres años, Daniel la adoptó legalmente y nuestros dos hijos siguientes (Daniel y David) fueron planeados con absoluta precisión, con un método natural de planeación familiar.

¡Bendita falla mecánica!

Sin embargo, nuestro sofisticado y costoso termómetro de fertilidad, hizo mal algún cálculo y debido a esa falla fortuita, once meses después de David, llegó a nuestras vidas nuestra hija número cuatro: nuestra amadísima Gianna, que ahora tiene 3 añitos.

Gracias a esa prueba que nos mandó Dios, en la que los hijos, los tiempos, las finanzas y nuestros planes NO cuadraron para NADA, aprendimos a confiar en Él plenamente, y también aprendimos que sus caminos son MIL veces mejores que los nuestros.

La Providencia Divina y nuestra apertura a la vida

Desde entonces Dios nos ha dejado ver su mano en todo, Él se ha encargado de todas nuestras necesidades y nos ha hecho ver lo que es contar con su Providencia Divina. Nuestros cálculos humanos dejaron de tener lógica alguna y dejaron de preocuparnos también.

En ese momento, no solo estábamos abiertos a la vida en la práctica, según las enseñanzas de nuestra Santa Madre, la Iglesia Católica, sino que ahora empezábamos a abrir también nuestro corazón.

Dos años después, no nos costó ningún trabajo “aventarnos” a tener otro bebé. Amábamos la idea de romper todos los esquemas del mundo moderno y convertirnos en padres ¡por quinta ocasión! Estábamos vacunados de burlas y comentarios, simplemente estábamos felices con la idea de tener otro hijo.

¡Otra sorpresa! Un regalo perfecto

Joseph trajo una enorme alegría a nuestro hogar, y cuando cumplió 10 meses de edad, la cigüeña tocó de nuevo a nuestra puerta, esta vez de forma inesperada. ¡Fue una sorpresa total! A pesar de no estar en nuestros planes, fue una alegría inmensa saber que Dios nos elegía por sexta ocasión para ser los custodios de un alma eterna.

Nos enteramos de nuestro embarazo el día 28 de diciembre: día de los Santos Inocentes. ¡Qué día tan especial! ¡Qué bebé tan especial! Esta personita llegaría a nuestros brazos el 30 de agosto, día del cumpleaños de papi. ¡Qué regalo tan perfecto!

Ilusionados y tranquilos

Económicamente habría sido imposible para nosotros tener otro bebé y aún así estábamos confiadísimos en que Dios tenía un plan perfecto y que de nuevo se haría cargo de todo. Jamás perdimos la paz. Daniel (el que planea minuciosamente todo) estaba especialmente tranquilo en ese sentido, como nunca lo había visto.

Los niños estaban felicísimos, haciendo planes para el nuevo hermanito o hermanita, queriendo que papi comprara un carro más grande e imaginando dónde acomodaríamos al nuevo miembro de la familia en nuestra pequeña casa, soñando tal vez que serían gemelos.

El primer ultrasonido

A las 8 semanas, fuimos al primer ultrasonido pensando que sería un día de mucha alegría. Teníamos espacio suficiente en el celular para fotografiar y grabar todo. Moríamos por presumirle al mundo la primera imagen de nuestro hermoso y perfecto ser humano en desarrollo (con piesitos y todo).

Para nuestro asombro y tristeza, no pudieron encontrar al bebé ni el latido del corazón. Nos dijeron que tal vez habíamos calculado mal el tiempo de gestación, que volviéramos en una semana.

El rostro de la enfermera lo decía todo, y luego lo confirmaron sus palabras. La bolsita del bebé se veía pequeña y vacía. De manera muy honesta, nos daba pocas esperanzas de que el embarazo fuera bien. En este punto estábamos perdiendo a nuestro bebé por primera vez.

Nos confirman las malas noticias

Los siguientes seis días fueron los más largos de toda mi vida. Cuando llegó el día de la cita, recuerdo haberme colocado en la cama del consultorio con mucho miedo. En el segundo ultrasonido nos confirmaron lo que tanto temíamos: ya no había un bebé ahí. Seguramente había muerto muy pequeñito, casi al instante de la concepción. Solo se implantó y ya no pudo crecer, entonces mi cuerpo lo absorbió. El embarazo continuaba pero ya sin bebé. Decir que se nos rompió el corazón en pedazos, es realmente decir muy poco. Sentíamos que perdíamos a nuestro bebé por segunda ocasión, esta vez de forma definitiva y ya sin ninguna esperanza.

Continuaba el embarazo

Técnicamente permanecía embarazada. Seguían las náuseas, el agotamiento, el hambre insoportable y los antojos. Todo continuaría igual hasta que mi cuerpo comprendiera que ya no había un bebé para gestar, y mis hormonas empezaran a normalizarse después de expulsar todo aquello que se había formado para anidarlo y alimentarlo.

Yo me negaba a hacerme un legrado. Me decían que podía esperar a que la naturaleza hiciera su trabajo, sin embargo la espera podía ser muy larga y emocionalmente dolorosa. Finalmente y con mucho dolor en el corazón, nos decidimos por el legrado.

El legrado

Vivir esta experiencia fue como volver a sufrir nuestra pérdida. En el mismo hospital donde nacieron mis otros niños, en la misma sección de maternidad, en el mismo quirófano, ahí me hicieron el legrado.

Antes de quedar dormida por la anestesia, recuerdo cómo el doctor me secaba las lágrimas con tanta compasión. Al recobrar la conciencia, me encontré de nuevo bañada en lágrimas, saliendo de la misma sala de operaciones donde estuve antes cinco veces, pero sin un bebé que cargar y alimentar.

¡Fue muy duro! Fue un proceso muy lento, una agonía que duró exactamente quince días, desde el primer ultrasonido hasta el día del legrado. Las primeras noches dormía sin descansar, soñaba cosas extrañas, despertaba alterada, durante el día tenía cambios de ánimo muy fuertes, sentía oleadas de tristeza y confusión y solo deseaba poder dormir. Después del legrado todo se intensificó para después empezar a recobrar la calma.

Cristiana sepultura para nuestra bebé

Por ahora estamos en la espera de recibir las cenizas de nuestra bebé para darle cristiana sepultura. Comprar la cajita, ir a la funeraria a firmar, visitar el cementerio… todo ha sido como un universo paralelo, es algo que no logro asimilar. Lo siento como si todavía estuviera bajo el efecto de la anestesia o como si no estuviera ocurriendo en realidad.

La pérdida más dolorosa

Creo que lo más devastador, además de comunicarles la pérdida a mis hijos, y ver a la mayor llorar tanto por su hermanita, ha sido escuchar en más de una ocasión, que no era un bebé lo que perdimos, que no tenía ni siquiera alma, que en una etapa tan temprana de gestación, no había habido un ser humano, y que tuvieramos cuidado con la forma en la que lo manejáramos con los niños. Como diciendo: “no vayan a hacerlos sufrir por algo que no existió, o por algo que no tuvo importancia”.

Esta ha sido la pérdida más dolorosa de todas. Aquí fue donde perdí a mi bebé en la frialdad de un comentario que anulaba toda su dignidad y simplemente negaba su existencia. Esta es la pérdida que más me duele y que más me afecta porque ha dejado un vacío insoportable en mi corazón.

Lloro de impotencia solo de recordar esas palabras. Mi corazón roto ahora está agobiado con resentimiento también. Pido a Dios que me ayude a superarlo. No hubiera querido tener estos sentimientos encontrados en mi duelo, solo quería amor, paz, aceptación y la esperanza del reencuentro con mi hija, la más pequeñita, la más inocente de todos mis niños.

¡Gracias!

Lamento que esta publicación sea tan larga y tan honesta. Lo tenía casi todo guardado y apretado en mi corazón. Sabía que iba a salir en cualquier momento, porque ha estado bajo mucha presión. Ha sido de gran alivio poder dejar salir estos sentimientos.

Gracias por todo su cariño, oraciones y hermosos mensajes que han sido como un bálasmo para nuestra alma. Gracias especialmente a nuestros amigos que han estado tan cerca de nosotros y nos han ayudado a cuidar a nuestros otros hijos. A esos amigos que son como nuestra propia familia.

Nuestra chiquita se llama Raquel y ahora está en ese cielo que anhelamos todavía más porque ya tiene una parte de nosotros.

Un abrazo en Cristo

 

 

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